Viajar a dedo por España: mi primer intento
—¡Vámonos a Valencia en autoestop!— me dice Dave ilusionado.
—Anda, tú estás loco, ¿quién va a parar en España?— contesté, sumándome a la retahíla siempre usada por los españoles.
Pero luego me dije ¿por qué no intentarlo?
En principio parece fácil, ir a la carretera, sacar el dedo, cartel en mano y esperar a que algún alma caritativa te lleve.
Sin embargo, nos encontramos con varios obstáculos en el camino.
A las 9.15 estamos en la gasolinera de Rivas, dirección a la A3, la autovía que va directa a Valencia. Vamos ahí guiándonos por Hitchwiki, una página que nos aconseja cuáles son los mejores sitios para hacer autoestop.
Decidimos esperar con un cartel a la salida de la gasolinera justo en la incorporación. Todo el mundo nos verá ahí, pensamos.
Lo siento, no puedo llevarte
Pasaban los minutos y la gente sonríe, unos con cara de «lo siento, no puedo llevarte» y otros con «ojalá pudiera pero no voy para tan lejos». Por lo menos sonríen, me dije yo, con eso me vale (de momento).
Los minutos siguen pasando y el sol no hace justicia. Nos ponemos toneladas de crema en nuestras blancas y frágiles pieles y bebemos litronas de agua para no morir en el intento.
¡Pues yo hoy llego a Valencia como sea! dice Dave y yo pienso que qué iluso, no se da cuenta de que no vamos a llegar…
El estar tanto tiempo bajo estas circunstancias hace que observes mucho más lo que sucede. Casi que hacemos un estudio sociológico de los conductores.
Están los que ni siquiera nos miran a la cara, para evitar el contacto visual quizás por miedo a que les hechicemos o a tener que decir que no.
Hay otros más extremos que se alejan lo más que pueden de nosotros y salen lo más rápido posible para no tener que enfrentarse a la cara de unos ¿mendigos? (creo que eso es lo que se les pasa por la mente cuando nos ven).
Otros nos miran sorprendidos preguntándose qué hacemos ahí con la que está cayendo en este caluroso agosto madrileño.
Otros paran y nos dicen con una sonrisa: lo siento voy aquí cerquita, ¡suerte! incluso hay camiones que nos pitan al pasar y motos que se ofrecen de broma a llevarnos.
Estrategias para viajar a dedo
Las horas pasan y de repente vemos a dos chicas rubias entrar en la gasolinera, vienen desde el camino de tierra que habíamos caminado desde la estación de metro.
De repente vemos que se van acercando a cada conductor.
—Dave, ¿no estarán pidiendo que las lleven también, no?
—Voy a averiguarlo, espérate un segundito.
Habla con ellas y vuelve. La cara de desilusión lo dice todo.
—Van a Valencia también.
—¡No jodas! No, pues nosotros llevamos aquí dos horas en todo el sol, tenemos que conseguir algún coche.
Así que decimos cambiar de estrategia. Nos vamos a la entrada de la gasolinera, cartel en mano. Así los conductores pueden vernos según entren a repostar.
Tras dos horas y algo voy al baño y cuando salgo Dave me dice, «pregúntale a ese que va solo». Voy, le pregunto que si va a Valencia me dice que sí, se me ilumina la cara pero me dice al instante, es que ya voy a llevar a estas chicas…
Desilusionada y medio enfadada vuelvo y le digo a Dave que me quiero ir a casa.
Pero lo seguimos intentando.
De Madrid a Cuenca
Seguimos preguntando, uno a uno, conductor por conductor pero o nadie va para allá o no quieren llevarnos. Por fin damos con un señor que nos dice que les encantaría llevarnos pero que solo va hasta un pueblo de Cuenca.
Vale, también nos sirve, ¡allí ya veremos!
Después de tres horas y algo (a las 12.57 concretamente) cogimos el primer coche. Es un hombre muy simpático que lo primero que me dice es que yo no soy de Madrid, que soy canaria o de Latinoamérica. Bueno, ya estoy acostumbrada a esto, hasta me gusta que no sepan adivinar de dónde soy.
Desde el principio tenemos conversaciones muy interesantes con él sobre la sociedad, el mundo, las injusticias y lo que hay que trabajar en la vida para conseguir lo que uno quiere.
Yo siempre le digo a mi hijo «tira dardos a la misma diana, a los mismos objetivos, algunos se saldrán pero lo importante es seguir intentando dar en el centro».
Jesús también añade: «a mí me han hecho mucho daño en la vida pero no por eso voy a ser malo con los demás, por eso os recogí, tenemos que confiar unos en los otros».
Luego entramos en temas políticos que a mí nunca me gusta hablar con gente que no conozco pero bueno, fue muy interesante. Nos adelantó un tramo de viaje así que estábamos infinitamente agradecidos con él. Nos dejó en un restaurante en Villarubio, en Cuenca, un pueblo al que van muchos valencianos a comer.
«Yo creo que aquí tendréis suerte», nos dijo y se despidió.
Le preguntamos al aparcacoches, nos hacemos amigos de él, le contamos nuestra aventura y él dice que nos va a ayudar a conseguir a que alguien nos lleve. Jesús es dominicano, lleva siete años en España y tiene mil historias que contar.
Hace calor pero por lo menos estamos en la sombra. La gente entra a comer, se va, les preguntamos pero nadie va a Valencia o los que van llevan el coche a tope.
Bueno, seguiremos esperando, no pasa nada. Hablando con la gente del pueblo nos dicen que bueno si no hay nadie que nos lleve nos podemos quedar en el pueblo que son las fiestas y tienen fuegos artificiales valencianos. ¡Genial pues mira si no cambiamos de plan y nos quedamos a las fiestas! algo de Valencia tendremos…
Ya todo el restaurante sabe que nos vamos, los camareros preguntan a los clientes y el aparcacoches está atento a ver si conoce a alguien que va.
Un ecuatoriano que trabaja en el bar nos dice que en su país ya hubiésemos encontrado a alguien que nos llevase (algo que bien comprobamos un año después) que es muy común hacer autoestop aunque haya también más riesgo. Dave y Jesús están de acuerdo y dicen que en Latinoamérica en general es más común, aunque sea más peligroso. Qué ironía, ¿no?
Y yo me pregunto, ¿qué nos ha pasado a los españoles?, ¿nos hemos vuelto más desconfiados?, ¿a caso antes no era normal coger a la gente en la carretera?
De Cuenca a Albacete
Pero nada, pasan unas dos horas y algo y un señor viene y nos pregunta que si vamos a Valencia. Contestamos que sí con una sonrisa de oreja a oreja y él se ofrece a llevarnos cerca de Albacete. ¡Perfecto!
Emilio y Elena son una pareja muy abierta desde el principio, que ha viajado por medio mundo y con quienes tenemos, de nuevo, conversaciones muy interesantes. En menos de una hora y media nos dejan en una gasolinera en la bifurcación de Murcia y Valencia y nosotros tan contentos. ¡Ya solo estamos a 189 kilómetros!
De Albacete a Valencia
Nos ponemos a la salida de la gasolinera y tardamos diez minutos de reloj en coger el último coche, el que nos llevaría finalmente a Valencia. Fernando y Ángela son una pareja de colombianos que viene desde Lisboa y antes de entrar al coche el conductor le dice a Dave: ¡venga chamo, te llevo pero solo porque eres venezolano! (Aparte de preguntarle si llevaba algo ilegal jajaja). Con ellos no hablamos mucho porque el vallenato (música típica colombiana) invade el sonido en el coche. Fue divertido.
En una hora y algo ya estamos en el centro de Valencia. Eran las 18.49, ¡lo conseguimos! Nos vamos a tomar un café y decidimos ir a Cullera y pasar la noche allí. Damos una vuelta por Valencia, tan bonita como la última vez que la visité y nos tomamos la mejor horchata que me he tomado en mi vida en una de las horchaterías más famosas de Valencia, la de Santa Catalina.
Nos supo a Gloria, ahora si habíamos recargado las pilas. Cogimos el tren dirección a Cullera y allí estábamos en solo 35 minutos. Llegamos, fuimos a comprar algo de comida y preguntamos cómo llegar a la playa que si estaba muy lejos. El de seguridad de la estación nos dijo que sí, que tendríamos que coger un bus.
De repente una chica se nos acerca y nos pregunta:
—¿Vais a la playa del faro? esperaros un poco que os llevo, mi novio viene a buscarme.
—¿En serio? ¡Muchas gracias!
—Sí, tendréis que esperar un poquito.
—¡No pasa nada, llevamos todo el día esperando!
Y de nuevo una pareja muy simpática, Nacho y Pilar a quienes les encanta viajar también, nos enseñan las mejores playas y nos dicen cuál es la mejor para dormir. Y nosotros nos decimos ¡ya ni siquiera tenemos que pedirlo, vienen a nosotros!
Comimos en la playa, con la arena entre los dedos y la luna llena de testigo. El día no podría haber terminado mejor.
Empezamos a andar buscando un sitio tranquilo donde dormir. Nos pegamos un baño, el agua está increíble y nos dormimos pronto, muertos de cansancio.
Al día siguiente nos levantamos con estas vistas:
Es domingo, desayunamos en frente de la playa, recogemos los sacos y nos vamos a la estación. Tras andar una hora o así (pensábamos que estaba más cerca) llegamos por fin a la estación y cogimos el tren rumbo a Valencia.
En Valencia, siguiendo las indicaciones de Hitchwiki nos vamos al final de la la Avinguda del Cid. De nuevo pensábamos que estaba más cerca de lo que era así que casi nos da una insolación bajo el sol valenciano. Anduvimos una hora y media más hasta llegar a donde nos habían recomendado.
La vuelta a dedo de Valencia a Madrid
Damos vueltas un rato por el punto recomendado y nos decimos «puf, aquí es imposible». Pasaban muchos coches que se incorporaban a la A3, eso sí, pero a toda leche y si paraban era un segundo porque había un semáforo.
Tenemos que buscar otro sitio. Así que seguimos andando y encontramos una gasolinera dirección Madrid.
Voy desesperadamente a la sombra de un ficus y descanso y bebo agua. Esta gasolinera es mucho más tranquila y son las dos de la tarde. Preguntamos a varios conductores sin tener suerte. La empleada de la gasolinera nos dice que hoy es más complicado, quizás a partir de las cuatro.
Yo ya digo «uf, ya me veo yo volviendo en autobús» pero Dave no desiste y se pone a la salida de la gasolinera con el cartelito. Sobre las tres y algo para un coche, son dos jóvenes. Dave me hace gestos con las manos, ¡ven, ven! yo diciéndome, «irán cerquita, no creo que vayan a Madrid».
Pero sí…n¡si iban a Madrid! Romina, una chica canaria y Nicolás, de Nueva Zelanda. Historia curiosa, bonita e interesante la de ellos. Se conocieron en Iraq, trabajando para una ONG de integración de refugiados del Kurdistán. Él está de vacaciones en España y están recorriendo un poco el país.
Nicolás nos cuenta un poco la situación en Iraq y dice que a pesar de la guerra y de la mala situación en la que está el país ahora, él quiere volver porque allí tiene su vida y su trabajo le llena mucho. Dice que no se puede explicar si no has estado aquí pero creo que le entiendo.
Lo veo en sus ojos cuando nos habla de los niños a los que les da clase. «Para muchos somos su familia», nos dice con una sonrisa sincera en la cara.
—Quizás os suene tonto pero yo allí soy feliz.
—No, para nada, me parece muy valiente por tu parte—le contesto. Si eres feliz es lo que importa.
En unas horas estábamos en Madrid, con una nueva aventura a cuestas, una aventura que al principio veía difícil pero con constancia y paciencia conseguimos, como todo en la vida.
Hacer autoestop me va enseñando muchas cosas. Esta fue una de ellas: si de verdad quieres algo en la vida, ve a por ello, inténtalo una y otra vez aunque te digan que no. Puede que en ese camino te encuentres con personas que tengan los mismos sueños que tú y sí, puede que ellos lleguen antes que tú pero no debes rendirte.
Simplemente hay que tener claro el objetivo e ¡ir a por ello!
Así que la próxima vez que alguien te digan que algo es imposible, ¡demuéstrales que no lo es!
Wow estoy flipando con vuestro viaje, me ha encantado de verdad.
Un saludo
¡Muchas gracias por leernos! La verdad es que fue un viaje muy espontáneo y divertido. ¡Nos encanta Valencia! ¿Por qué no te animas y haces lo mismo pero a Madrid? =)
¡Un saludo!