Reflexiones y conexiones tras mi primer viaje largo
Era verano del 2013 y me habían confirmado que en septiembre iría a Filipinas por tres meses. Tenía muchas ganas ya que era algo totalmente nuevo, inesperado y en el momento justo. Las metas nuevas, si van encima acompañadas de visitar nuevos destinos, siempre llaman mi atención y estimulan mis cinco sentidos.
Antes de emprender mi aventura asiática observé dos tipos de reacciones al pronunciar estas palabras: “me voy a Filipinas a estudiar y vivir en un templo budista”:
- 1) ¿Estás loca? ¿Qué se te ha perdido por allí? ¡A ver si te van a comer la cabeza!
- 2) ¿En serio? ¡Qué interesante! ¿Dónde te enteraste de eso? Siempre he querido hacer algo así…
A mí me daba igual, era mi decisión y lo veía claro. Por mis venas corrían las ganas de aventura, esa sensación que recorre mi cuerpo desde que a los 18 años empecé a viajar sola. No quería perder ese grito de la vida. Tenía miedo, sí y mucho, pero la intriga y la curiosidad pesaban más.
¿Manila? Y… ¿qué sé yo de Manila? ¿Y de Filipinas? No pasa nada, ya lo iría averiguando sobre la marcha…
Lo único que sabía es que viviría con monásticas en un templo budista, en pleno centro de Manila de donde sólo podría salir una vez a la semana. Tendríamos clases de tai chi, mandarín, budismo y viviríamos una vida semi-monástica.
Eso implica levantarse temprano, orar casi de madrugada y bendecir la comida (vegetariana) tres veces al día, entre otras cosas. Todo eso no me asustaba, al revés, despertaba en mí un gran interés.
La vida en un templo budista
La primera semana me costó bastante adaptarme por todas las normas que debíamos obedecer. Teníamos que seguir un código de vestimenta y de comportamiento.
¡Ah! se me olvidaba… el Hǎi Qīng nos lo poníamos encima del otro uniforme. A 30 grados y 80% de humedad creo que no hace falta que diga más.
Nos levantábamos a las 6 de la mañana porque a las 6.30 teníamos canto (recitar uno de los sutras) en chino, claro. Algo así pero con monjas: cántico. Al principio no encontraba la página y maldecía cada uno de los caracteres chinos escritos en el librito. Me frustraba y quería salir corriendo de allí.
Todos los rituales me costaban al principio pues mi ego decía… ¿para qué voy a hacer yo eso? Pero claro, el pobre estaba asustado pues estaba aprendiendo nuevas cosas y se sentía amenazado.
Al final del programa me gustaba sentarme por la mañana y meditar durante diez minutos y leer el Sutra con los demás. Me hacía sentir parte de algo, quizás de mí misma. Considero que no hace falta venerar a ningún dios para sentirse completo pero a través del budismo descubrí que antes que nada a la que tenía que respetar para sentirme bien era a mí misma.
Es curioso que siempre he negado ser católica aunque estoy bautizada y decidí por mí misma hacer la primera comunión. Quizás lo que estaba haciendo era negarlo porque ese Dios en el que creía nunca me dio nada de lo que le pedí. Gran error, pues si no haces nada por cambiar las cosas, nadie lo hará por ti.
Como en esa historia en la que un fiel va a la iglesia todos los días y pide que le toque la lotería. Un día, la estatua que le había estado escuchando, aburrida de sus plegarias, se levantó y le dijo “¡por el amor de dios, compra un billete!”
Así somos, pedimos más y seguimos haciendo lo mismo esperando obtener resultados distintos. A veces la respuesta está en frente de nosotros pero estamos tan ciegos que no la vemos.
Mis palabras sobre mi experiencia con el budismo
En noviembre el templo organizó un congreso muy interesante sobre budismo humanista y pluralismo cultural. Participaron grupos culturales filipinos y distintas etnias del país para hablar sobre temas de cultura, idiomas y religión.
Como grupo tuvimos que compartir con los demás nuestra experiencia en el templo.
Os dejo por escrito el discurso que di sobre mi experiencia viviendo en un templo budista, lo que aprendí y a lo que tuve que enfrentarme:
Crece como una planta, brilla en los demás
Me crucé con el budismo por accidente. Durante toda mi vida he estado logrando una cosa después de la otra sin siquiera disfrutar de mis logros. Conseguir lo que quería se convirtió en pura rutina, algo que podría hacer con un poco de esfuerzo.
Sin embargo, estos últimos años me he interesado más que nunca por el budismo y sus enseñanzas. Su filosofía es muy distinta a lo que vengo acostumbrada porque nací en un país católico donde las tradiciones tienen un gran peso. El otro día mientras miraba a Buda lo comparé con Jesús. Me preguntaba por qué las imágenes de Jesús siempre muestran dolor y sufrimiento mientras que Buda está sereno y tranquilo.
Todos sabemos que la vida está llena de sufrimiento pero a través del budismo ahora también sé que hay una vía de cesación del sufrimiento.
Durante el programa hemos recibido mucho conocimiento y hemos aprendido nuevas formas de ver la vida. Las monjas budistas y los profesores no paraban de decir: ¡Dejad todo atrás! Dejad todo lo que no necesitéis pues para recibir agua nueva y fresca primero tenéis que vaciar el vaso.
En ese momento algo me inspiró y decidí afeitarme la cabeza. Junto con mis compañeros quité varias raíces del pasado, todos los pensamientos negativos y el sufrimiento que mi pelo había acumulado. Fue un gran alivio. Todavía recuerdo la sensación de deshacerme de mi pelo viejo e insano.
Ahora crece más sano y fuerte que nunca porque ha dejado el pasado atrás y está preparado para aceptar la incertidumbre, como mi planta.
Como actividad de clase sembramos una planta cada uno. Para mí es crear vida con mis manos. Nuevas semillas, una nueva vida. Nuevos pensamientos, nuevas perspectivas. Todos los días las regamos y las tratamos con respeto. Creo que deberíamos hacer lo mismo con nuestras vidas, plantar semillas sanas y mantenerlas con acciones diarias para obtener una planta verde y preciosa.
Alba Luna, la luna significa mucho para mí. La luna no luce por si sola, necesita a otros para brillar. Sin embargo, estoy empezando a aceptar el camino que me lleve a mi propia luz.
Porque como dicen, “los que no tienen miedo a la oscuridad han aprendido a encender su propia vela”.
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