¡Cómo me encanta el coco! Creo que todo lo que tiene coco como ingrediente debería ser considerado automáticamente un manjar.
Debo admitir que no me gustaba tanto el coco hasta que fui a Venezuela en el 2011. Creo que uno no saborea lo bueno que está el coco hasta que lo prueba recién cortado y si mejor, en un país tropical.
En general, como en todo, uno no suele valorar lo que tiene en su país hasta que deja de tenerlo o hasta que viaja.
En Venezuela bebí agua de coco…
Merengada de coco…
Comí cocadas (hilos de coco con muuuucho azúcar ¡por eso está tan bueno!)
Buñuelos de coco, galletas de coco, licor de coco… ¡qué rico!
Después pasó el tiempo y bueno sí, comía cosas con coco de vez en cuando pero no es lo mismo, no sabía igual… Hasta que llegué a Asia por primera vez.
Septiembre de 2013, primer destino: Filipinas.
En Filipinas lo llaman buko ¡Ay, cómo lo echo de menos! Los venden frescos en cada esquina, en carritos; en vasos o en bolsas de plástico con pajita. Y, ¡vienen tan bien con ese calor!
También los hay industrializados, en todos los supermercados o centros comerciales, con nata, con helado, con hielo…
Sin duda, el mayor descubrimiento para mí fue la tarta de coco (buko pie), ¡qué manjar!
Lo hacen sobre todo en la zona de Laguna (a unas dos horas de Manila). No tengo ninguna foto mía porque siempre que comprábamos una duraba unos segundos, no daba ni tiempo.
Y yo me pregunto por qué no hay más países en los que tienen coco que no hayan descubierto esta receta…
Pero donde mejor me sentó tomar un coco recién cortado fue sin duda al final de mi viaje, en Palawan.
Mi amiga Chris, que había estado viviendo durante unos meses en la isla haciendo voluntariado en una huerta orgánica, me llevó a un sitio escondido donde ella siempre iba a beber agua de coco.
Imelda es una señora que lleva toda la vida vendiendo cocos para mantener a su familia.
Te sientas y ella te va cortando un coco, especialmente elegido para ti, y te lo entrega con una pajita. Mientras tanto puedes observar el entorno, hay niños corriendo tras las gallinas, chicos jugando a las cartas y escuchando música, gente vendiendo en el mercado de al lado…
No habla mucho inglés pero estar junto a ella aporta una calma, un sosiego que no sabría cómo explicar.
Simplemente te sientas y ves el tiempo pasar, lento pero sin prisa, sin pausa. Disfrutando de cada sorbo, de cada instante.
A veces no hace falta hablar el mismo idioma para poder disfrutar de un rato juntos. De hecho he descubierto que a veces es mejor estar con alguien con el que no te puedas comunicar si no es a través de una sonrisa, que con alguien que habla pero habla y no escucha. O habla de él solo…
Por eso volví sola a visitarla antes de irme, para cerrar el ciclo y tomarme un coco con ella. Y observar de nuevo los segundos pasar, la vida transcurrir.
Me despedí y le di las gracias…
¡Adiós, Imelda!
Una respuesta a “La señora de los cocos”