El viaje que hice con un tal San Pedro

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El San Pedro: la planta sagrada de los incas

Este no es un viaje cualquiera, es de hecho uno de los más intensos y profundos que he hecho. No, no es un viaje de peregrinación para adorar a un santo llamado Pedro ni nada religioso. Sin embargo, sí es espiritual. Un viaje interno y entre mundos, con una planta sagrada como ayudante. Hace unos años habría dicho: «Menuda tontería, yo no creo en esas cosas». ¿Una planta ancestral, adorada por los incas que te hace ver cosas?

Por cuestiones del camino el poder de la planta vino a mí un mes de septiembre, en las lindas montañas de Perú. Allí llegué como voluntaria a trabajar en una casa-hostal para hacer casas de adobe. Allí llegué por casualidad o por destino, ya ni lo sé.

No es ahí donde todo empezó. Empezó un mes antes de ir a Perú, cuando me invitaron a ver el documental «Chavín de Huantar: El teatro del más allá«, un documental que me impresionó y me ayudó a entender más cómo funcionaba la cultura chavín, de la que nunca había oído hablar.

Lo que hoy son ruinas, representó durante mucho tiempo un lugar de peregrinación para los que querían convertirse en chamanes, venidos de todas partes del territorio. Una vez allí les sometían de lo lindo con distintas actividades, lo que bien retratan como un teatro, una obra montada para que los estudiantes pasaran la prueba de fuego antes de convertirse en chamanes. Después de ingerir San Pedro o Wachuma (en quechua), una planta parecida a un cactus, les metían en salas bajo tierra, con túneles en los que es fácil perderse y de imposible salida. De vez en cuando les supervisaban para ver cómo iba el viaje y si alguien no alucinaba, le daban más dosis.

Una vez pasada esa prueba llegaba el turno del pututu, una caracola de mar, que entonada por los sabios confundía aún más a los inquilinos temporales de aquella estancia pasajera. Esos sonidos, venidos del más allá, les hacían pensar que un león o cualquier animal feroz estaba a su acecho. Sin embargo, era su mente la que dibujaba todas esas escenas.

Salí intrigada e inquietada de la sala de cine y sin muchas ganas de ir a ese monumento. En septiembre, al principio de esta aventura por Sudamérica llegamos a Huarás, lugar que es fiel testigo de su herencia andina, a unos treinta minutos de Chavín. Un pueblo bullicioso y mercantil escondido entre bellas montañas.

A unos 30 minutos del pueblo/ciudad, montaña arriba, existe una aldeíta que nos robó el corazón. En aquel paraje escondido nos esperaba una familia quechua para trabajar con ellos. Una familia grande; con cinco hijos, valores tradicionales y muchas tareas diarias que llevar a cabo. Un día hablando con el hijo mayor, que es chamán, me cuenta que participó en ese mismo documental que yo había visto un tiempo antes. ¡Él era el que recreaba a uno de los chamanes, ahora sí me sonaba su cara! Este tipo de coincidencias no paran de sorprenderme (y a veces asustarme).

CHAVIN
Foto tomada de: http://ireport.cnn.com/docs/DOC-1250593

Entre siembras de maíz, sopas andinas y cuyes dudo si hacer la ceremonia o no, la verdad es que me da miedo por lo que pueda ver. Pasan los días; entre caminatas por la montaña y trabajo de altura.

Sembrando maiz

burro Huaras

Pasan los días y me voy conectando; el contacto con la naturaleza pura y salvaje me hace sentir libre. El sonido del agua que pasa por los canales para abastecer a cada casita del lugar, me hace sentir libre. Los buenos días que dan los lugareños, algo tímidos pero sonrientes, me aportan paz.

Naturaleza libertad

Huarás montañas

Hombre huaras

Mujer huaras

Hablo con Christian, el chamán y le confieso que tengo miedo de hacer la ceremonia a lo que me contesta: «A la planta no puedes tenerle miedo, solo respeto. Si te la tomas en broma no te ayudará en nada.»

Durante los siguientes días escucho las experiencias de otras personas e investigo sobre la planta; el proceso de preparación y el ritual pero llega un momento en el que no quiero saber más. Unos me dicen que han sentido a familiares que ya no están vivos, otros que han vomitado y han visto cosas que no saben cómo explicar. No sé si estoy del todo lista pero lo voy a hacer.

Christian me da la lista de lo que tengo que comprar para la ceremonia; mapacho (un tabaco especial para ceremonias), agua de florida, agua de rosas, palo santo y algo de ofrenda para la Pachamama (hojas de coca, algún objeto…). En la ciudad hay varias calles con puestecitos con distintos productos para la ceremonia y es muy fácil conseguirlos. Me voy contenta de vuelta pero aún con respeto, además me muero de hambre porque he ayunado para que la planta me limpie más.

Mi viaje ancestral

La noche cae. Todo el mundo se va a acostar y yo me quedo con Christian. Él enciende un palo santo y me dice que le diga a la planta mi propósito, el porqué del viaje que quiero hacer, mientras fumo mapacho. Empezamos.

Me tomo el primer vaso, de una. Un líquido espeso y verde que bien me recuerda el sabor de la bilis, una masa espesa y babosa que me da un poco de arcadas pero igual dejo que vaya bien dentro. Ahora toca esperar. Vamos andando hasta las ruinas de Wilkawain, tranquilas de noche, Christian cargado con sus archiperres de chamán y yo equipada con cientos de capas para combatir el frío andino. Rodeada de naturaleza, ruinas preincaicas y protegida por un manto de estrellas brillantes, me siento expectante en el suelo.

—¿Ves algo?—me pregunta Christian.

—Nop. ¿Se supone que tengo que ver algo?

—Tranquila, ya vendrá. Ten paciencia.

Espera… Quiero vomitar. Y para fuera que sale no sé el qué porque no había comido más que un poco de sopa. Sale desde dentro, de lo profundo. Siento que sale todo lo malo pero el viaje no ha hecho más que empezar. Intento dormir pero lo único que quiero es «ver cosas». Al rato tomo la segunda dosis porque la primera parece no haberme hecho nada (aparte de vomitar, claro).

De repente las estrellas empiezan a moverse y se multiplican. Espera, mi estómago también se mueve. Vomito de nuevo, siento que sale cada célula asquerosa e innecesaria de mi cuerpo. Intento orinar pero me cuesta ver la distancia que hay al suelo, parece que se abre un abismo de colores ante mis pies. Meo pero no lo siento, solo por el calorcito que sale de mi cuerpo. Todo empieza a ser extrañamente de otro planeta. Me tomo dos vasos más.

Con esto sí que vas a volar. Tú sí que eres fuerte, mujer—me dice sorprendido.

Asombrada por mi capacidad de aguante, me siento dentro de una cabaña con montones de paja dentro. Ahora sí, veo personas donde en realidad solo hay cubos y me da un poco de miedo.

Al rato empiezo a ver más personas en la lejanía. Donde antes había luces de la ciudad veo un puma enorme acostado, con una postura que me recuerda a una esfinge de Egipto. Las estrellas me hacen flipar con su belleza, ahí, en el cielo que es donde precisamente las figuras empiezan a coger forma. Veo mariposas de colores, el alma viva de la planta. Salimos de la cabaña y al fondo veo personas y llamas, muchas llamas que se mueven. Donde antes solo había silencio ahora observo un poblado antiguo en movimiento.

—Christian, veo a alguien detrás de ti. Lleva un sombrero.

—No te preocupes, es mi abuelo, mi guardián. Salúdale y dile que te ayude a aclararte esta noche, que te acompañe en el viaje y que te muestre el camino.

Dubitativa e incrédula con lo que estoy haciendo, le saludo y le pido permiso para estar en su zona. Miro a Christian y observo su transformación, de repente lleva plumas en la cabeza y su nariz se ha hecho más puntiaguda, como si fuera el pico de un cóndor.

Me encuentro en un mundo que no había visto antes; intento pensar que todo es irreal pero me dejo llevar y me creo todo lo que mis ojos ven. Ya me cuesta un poco andar, las distancias entre mi cuerpo y otros objetos parecen lentas, dubitativas. A pesar de ser de noche, veo colores por todas partes, parece que tuviera rayos mágicos de esos de Superman.

—Vamos a dar una vuelta, Alba—. Observo al puma que sigue ahí, grande e imperioso. Antes sonreía pero ahora me mira enfadado.

—Christian, el puma se ha enfadado—le digo preocupada. Él con tranquilidad y aplomo, le silba y el puma vuelve a su estado inicial. Brutal…

Veo en 5D (si es que eso existe), en colores vivos, cosas que jamás había visto antes. Es como si estuviera en una peli, en un videojuego o dentro de un libro de esos que tienes que ponerte bizca para ver la figura. Las escenas se suceden entre cortinas de humo y Christian entra y sale de cada una de ellas. Ya parezco depender de él, de su sabiduría y de su fuerza. A veces la energía abandona mi cuerpo, me siento desfallecer pero vuelvo en si cuando me echa humo en la cara o a través de la nariz.

Ahora sí estoy volando de lo lindo y yo que pensaba que con la meditación Vipassana había visto todo sobre mi subconsciente… Veo cóndores surcar los cielos, mariposas, ganeshas, símbolos budistas y elefantes, muchos elefantes. Todo parece indicarme que India me espera o que allí dejé mi espíritu en otra vida, como me diría Christian el día después.

De repente un dragón dorado chino cruza el cielo y mueve la boca echando fuego. Sonrío con tanta figura y colores pero poco me dura la sonrisa. Seguimos andando, veo bichos por todas partes; una especie de araña mezclada con un alacrán y personas por el suelo queriendo agarrarme de las piernas. Ahí sí, ya me asusto. Christian me da sus plumas y me asegura que me van a proteger. Muevo las plumas y los bichos desaparecen, como por arte de magia. Me siento poderosa por un momento.

Bebo agua del río, con un poco de dificultad y sin ser consciente de que es el río pero me alivia igual. Veo a la llama de Christian (la de verdad) y a su alrededor hay muchas más. Ya es hora de irnos y yo en pleno vuelo. El gallo canta y la luz empieza a deslumbrarme, no sé dónde carajos estoy.

Christian me da una pandereta y una maraca y al tocarlas parece que vuelvo al mundo real pero aún ando en una realidad paralela. Pasamos cerca del cementerio y piso a gente, de nuevo. Aturdida llegamos a la casa, no sin mucho esfuerzo. Nos sentamos cerca del fuego, donde todo empezó hace casi 11 horas. ¡Menudo vuelo, menuda flipada!

Con los ojos aún dilatados, me tumbo en el suelo. El sol sale con más fuerza y estoy muy confusa. Quiero ir al baño pero no consigo ir sola, no me puedo encerrar en un sitio porque me transporto a otra realidad, las paredes se mueven.

La gente empieza a levantarse y me siento observada. Quiero dormir pero tengo demasiada energía. Sigo viendo cosas; el suelo se mueve, las personas tienen varios ojos y los colores son más intensos. Sigo viendo elefantes, que parece ser el animal que me ha protegido durante toda la noche.

Christian me da una flauta para que me tranquilice pero no sé ni por dónde agarrarla. Mis manos se agitan pero en otra realidad, no consigo coordinar mis movimientos. Sigo hablando con Christian por telepatía, en otro mundo, no quiero que se vaya. Siento que las sombras me llevan si no está él.

Me voy a la cama pero nada, cierro los ojos y me voy rápido a otra realidad. El corazón me late muy fuerte y me cuesta estar presente. Me agobio un poco porque nado entre dos mundos entrelazados y muy enmarañados y me cuesta entender lo que me pasa.

Dave y yo subimos a la colina, no puedo dormir. Los perros de la casa nos acarician con la pata y siento una energía preciosa que emana de uno de ellos que me tranquiliza. Allá en lo alto sigo viendo cóndores y el sueño a veces me puede. La energía vuelve, la energía se va. Me siento conectada con la naturaleza de una forma muy intensa, muy anormal y el calor intenso de mediodía me hace revivir poco a poco.

Vamos a las ruinas de Wilkawain, donde la noche anterior vi tanto movimiento y sentí tantas almas. Entramos en las estancias donde la cultura wari profesaba sus ceremonias y siento la energía de las personas que han pasado por ahí. Toco el pututu y espanto lo malo. Aquí acaba el viaje, toca descansar. Un viaje que me hizo valorar más el camino recorrido y me impulsó a seguir andando.

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Un viaje que marcó un antes y un después aunque en ese momento no fuera consciente de ello.

Huarás, viaje con San Pedro

Si quieres intentar entender un poco más lo que sentí este documental de Netflix lo explica a la perfección:

 

8 respuestas a “El viaje que hice con un tal San Pedro”

  1. Que impresionante, Alba! Gracias por compartirlo, se me ha hecho la piel de gallina leyendo! Muchas gracias! Que tengas un viaje magico para toda la vida!

  2. Hola alba, saludos desde Tumbes – Perú. Me transporte en tu viaje. Interesante redacción entre magia, sabiduría y muchos temores. Felicitaciones por tu valentía 💚

  3. Hola, en qué manera te ayudo ese viaje en tu vida personal? Dicen que la persona debe tomar el remedio cuando se encuentre preparado, saludos de Piura, Perú. Cómo te puedo seguir en redes?

    1. ¡Hola, Jaisiel!

      Sí, así es, es mejor no tenerle miedo a la planta sagrada y hacerlo con la persona adecuada. Ella te llama, si hay dudas, se habla con el chamán.

      Me ayudó a ver qué camino tomar a través de imágenes aunque luego descubrí que debía tomar otro para llegar al mismo sitio (porque si no no hubiese aprendido lo que tenía que aprender). Cada viaje es personal, pero así fue el mío. Justo se cerró este año todo lo que vi (siete años después). En breves publico un libro en el que cuento esta experiencia, entre otras 🙂 Si quieres seguirme por Instagram allí estoy más activa: @albalunaviajes.

      ¡Un abrazo y gracias por tu mensaje!

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