Estambul: más allá de la mirada de sus hombres

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cómo viajar a Turquía y Estambul

Estambul y sus miradas

Estambul, miradas de hombres.

Estambul, cómprame algo.

Estambul, te vendo viagra, ¡hola guapa!

Estambul: colores, mezquitas y gente, mucha gente.

Estambul: bomba de relojería entre tradición y modernidad.

Viajar a Turquía después de 9 años

Cuando supe que iba a volver a Turquía después de 9 años sentí la mezcla de miedo e ilusión propia de regresar a un lugar en el que ya has estado y del que guardas tan buenos recuerdos.

Quien me conoce sabe que no me gusta tanto volver a los lugares en los que ya he estado; por una parte porque la mayoría de las veces la gente con la que compartí esas experiencias ya no está allí y por otra porque quedan tantos sitios por ver que… ¿para qué repetir?

Sin embargo, por unas cosas u otras este año ha sido de repetir destinos y oye, quizás le haya cogido el gusto y todo. En agosto fui a Irlanda después de 11 años sin verla, tan importante para mí porque fue el primer país que visité sola y porque llevé a mi padre a su mayor destino soñado, y después en septiembre viajé a Turquía tras 9 años sin visitarla.

Y… ¡qué distinto se observan los mismos lugares en distintos periodos de tu vida!

Recuerdo que el Gran Bazar me agobió un poco en mi primera visita pero esta vez paseé por sus tiendas como si estuviera en mi casa; sin hacer mucho caso a los vendedores y disfrutando, en la medida que podía, del bullicio propio de los bazares.

«Señorita, si no tiene a nadie para ir a la boda de su amiga podemos ir un amigo y yo, no puede ir a una boda sin un hombre.»

«Yo no necesito a ningún hombre para ir a la boda de mi amiga, gracias.»

«Pero, mi amigo tiene un Lamborghini y podemos llevaros…»

Te ríes pero por dentro te cagas en todo. Te ríes pero te duele en las entrañas. Eso de sentirse un objeto del que presumir en un coche te hace sentir hasta sucia y ni siquiera es tu culpa. Nunca fue nuestra culpa.

Observando a las mujeres pasar, ya en un sitio más tranquilo, me pregunto en qué momento y con qué derecho eligen sus padres o maridos qué tienen que llevar: velo, hijab, niqab, burka o pantalón corto. Me pregunto si ellas de verdad son libres de elegir o lo hacen por presión social o cultural. Personalmente no creo que a nadie le guste ver el mundo a través de dos ventanitas enanas y siguiendo a su hombre cual mujer objeto pasivo.

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No me sentí insegura en Estambul pero las miradas de ciertos hombres sí me hicieron sentir muy incómoda. Como si tuviera la culpa de querer llevar pantalón corto o de ser blanca o de qué sé yo. De ser mujer, quizás.

¿Feminismo a cuestas en los viajes?

Y, ¿qué hacer en esos momentos? ¿Te rebelas y le dices a todos esos hombres que hacen un pasillo para dejarte pasar que lo que el mundo necesita es igualdad y que dejen de mirarte así que no eres un objeto? ¿Insultas a ese listillo que quiere hacerse una foto contigo y tu amiga y os pide un beso en la mejilla para luego presumir de su hombría?

Pues no, te aguantas y sigues caminando.

En realidad tienes dos opciones: agachar la cabeza y seguir o sonreír y dejarlo ir.

También existe una tercera opción que es asumir que el patriarcado y el machismo están en todas partes, involucrarte en tu vida diaria a través de proyectos en contra de esta enfermedad e intentar ver más allá de esas miradas. Porque hay y mucho.

Ver más allá.

Ver más allá.

Es seguro viajar a Estambul

Más allá de las miradas indiscretas

En mi caso, volví a descubrir el gesto amable de los turcos. El chai que te traen en los mercados para que te sientes y decidas qué comprar con calma, esa calma característica del que tiene a diario el horizonte lleno de agua y que es capaz de sanar almas.

El querer entenderte aunque no hablen inglés. El que pruebes tal comida y tal otra porque no puedes irte de Turquía sin haberlo hecho.

Los olores de sus mercados, los colores intensos de sus atardeceres.

La hospitalidad. El sentirte en familia. Compartir como una más. Que los padres de la amiga que se casa aún recuerden después de 9 años qué les hiciste de comer y tú solo recuerdes lo amables que fueron contigo durante esa semana.

Que el padre de la novia te saque a bailar con la ternura propia de un padre.

Viajar a Turquía sola

Como todo en la vida, al viajar hay que hacer un esfuerzo para ver más allá y no quedarse con la primera impresión, esa primera capa que, sí se lo permites, puede nublar tu experiencia.

Porque la mayoría de las veces hay que quitar capas para poder ir a la esencia.

Y sí, qué distinto volver, qué distinta yo.

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